Señor, Señor, alfarero de mi vida
Reconozco que me he caído de tus manos
y, sin darme cuenta,
he ido poco a poco por ahi rodando,
y en lo mas profundo
hacerme mil pedazos
Señor, Señor, alfarero de mi vida,
reconozco que me he caído de tus manos.
Ya cuando casi me estabas terminando,
cuando mi obra recibía
las últimas pinceladas para ser perfecto,
me caí de tus manos.
Sentí el dolor amargo
del golpe en mi vasija de barro.
Pero más grande fue el dolor al ver,
sí, al ver que el alfarero estaba llorando,
llorando, porque yo,
su obra perfecta,
se había arruinado.
"¿Cómo es posible?" — dijiste —
"Después que te había formado,
después que te había dado
la forma que tanto había deseado.
¿Por qué? ¿Por qué, mi vasija,
te caíste de mis manos?"
Pero yo te grito ahora,
ahora que estoy hecho mil pedazos
por el suelo del mundo y del pecado.
No quiero, no quiero
que juntes ni recojas mis pedazos.
Hazme, hazme de nuevo.
Sosténme con la diestra de tu justicia.
Sosténme con tu brazo poderoso,
para que nunca más,
alfarero mío,
me caiga de tus manos.
Amén.